domingo, septiembre 30, 2007
ADIÓS QUERIDA
Hay historias que arrastramos sin darnos cuenta o como quien no quiere la cosa como si de una brisa sin importancia se tratara, pero que nos van jodiendo bastante. Este es el caso de mi muela y yo. Hace diez años, comiendo boquerones fritos, se desprendió un trozo de una de mis penúltimas muelas, "qué raro", pensé, porque el boquerón no es un alimento duro. Resumiendo: Se me había picado hasta el nervio y tenían que hacerme una endodoncia. Me la hicieron con todo el dolor previsible incluído y un poco más. Los años pasaron y nunca dejé de sentirla, no era dolorosa, pero si una muela incómoda. Desde hace poco empecé a sentir un ligero dolor, se pasó, pero volvió. Volvió con fuerza, provocándome mi primer dolor de muelas. Fui al dentista, con el drama que supone el dolor y le pedí que me la arrancara y después de saber que lo que lo provocaba era un foco de infección enquistado al final del nervio, que no me provocaría una apoplegía pero que tampoco desaparecería (¡¡¡ Lo he tenido ahí desde la endodoncia de diez años atrás!!!) dije: Señor dentista, arránqueme esta muela, la odio, lo único que ha hecho ha sido molestar y no la quiero más en mí, y menos la infección... Quería que me la arrancaran y me la arrancaron. Y me gustó, fue placentero y liberador. Llevaba 10 años en mi boca, casi invisible pero demasiado presente y ahora su invisibilidad ha sido destronada por una ausencia absoluta y una presencia exquisita de vacío en mi encía. Porque los dientes, al fin y al cabo, son agenos a nosotros, están clavados de una forma tan violenta para provocar otro acto aún más violento... Son necesarios, sí, pero incómodos también.
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1 comentario:
genial
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