miércoles, octubre 31, 2007

BELCEBÚ


Mi gato me quiere mucho, muchísimo, es un pesado y exige mi atención constantemente. Si se hubiera muerto alguien que me amó pensaría que es una reencarnación. Ahora se restrega constantemente contra mi cara, mi brazo, mi barriga. Pobre Belcebú, hoy le hemos pisado la cola y se le ha quedado flaccida. No está rota, solo tiene tres vértebras desplazadas. Saber eso me ha costado 70 euros y algunos arañazos amorosos de Belcebú. Le damos cortisona, pero no se inflará, eso solo nos pasa a los humanos. A los gatos no les afecta negativamente ni la cortisona ni el valium... que suerte, por qué no han hecho esos medicamentos pare que no nos afecten negativamente a nosotros? Aunque las aspirinas pueden matarlos, pero tampoco tienen dolores de cabeza, al menos que nosotros sepamos.


Yo también quiero a Belcebú.



Salto al vacío VI: PAULA RICHARDSON

Paula Richardson abrió desafiante la puerta de su habitación y aún con la mano en el pomo se quedó mirando a Frufrú.

Paula: Oso de mierda, tu y tus amigos os vais de esta habitación, no os quiero volver a ver.

Ni Frufrú ni ninguno de los demás juguetes peludos se movieron de la cama. No podían. Tampoco la oían. Tenían un problema: no estaban vivos porque eran, y si nadie lo has quemado, son, objetos inanimados. Peluches.

Paula: Muy bien, pues lo haré yo misma.

Paula Richardson bajó a la cocina y cogió tres bolsas de basura, subió a la habitación y metió a todos esos malditos peluches absorve ácaros en las bolsas, las cerró y las llevó al contenedor de basura y los tiró. Salió de casa sin que nadie la viera, porque aún era muy pequeña para salir sola de casa, eso es lo que le decían papá y mamá, y ella estaba de acuerdo, por eso lo hacía en secreto.

Paula: A la mierda!

Volvió a casa, a la habitación, a su cama, se estiró y por fin podía estirar los brazos y las piernas. No había nada como disfrutar de todo lo ancho de un colchón vacío a los siete años.

domingo, octubre 14, 2007

Salto al vacío V: SUSAN LORD

Un dia se levantó un viento más fuerte de lo normal. Susan Lord dejó de andar, se paró en la calle y cerró los ojos. Notaba como las ropas se despegaban de su cuerpo para volverse a pegar, el viento en la cara y todas esas cosas que pasan cuando hay un vendaval. El viento paró, levantó un pie para seguir su camino, pero con un golpe de cadera dió la vuelta. Volvió a casa, se quitó la ropa i se metió en la cama. Nunca más saldría. A la hora empezó a sonar el teléfono, la llamaban del trabajo, no lo cogió. Cinco horas más tarde la llamó la amiga con la que había quedado para comer, tampoco lo cogió. Una hora más tarde volvió a soplar el viento. Se levantó de la cama y empezó a hacer la maleta. Después la vació, se iría sin nada, pero cogió siete bragas, para una semana, y las metió en el bolso. Fue hasta el aeropuerto. No había ningún lugar donde quisiera ir, como ningún barrio donde vivir, ni ningún trabajo que le gustara desempeñar, ni ninguna persona a la que amar. Susan Lord volvió a casa. Llamó al trabajo y dijo que se había caído en la bañera y que se había quedado inconsciente durante dos horas, que ya estaba bien, que el médico le había dicho que reposara cinco días, que "qué susto y hasta el próximo lunes". Llamó a su amiga, le pidió perdón y le dijo que estaba con gripe, que ya la llamaría. Se volvió a quitar la ropa, guardó las siete bragas en el cajón y se metió en la cama, cogió el bote de somníferos y se tomó uno. Dormiría sin parar cinco días, cuando se despertara se tomaría otro, el quinto día ya no tomaría más. El sexto resucitará y empezará desde cero.